ESPEJOS Y ESPEJISMOS IV

Robert Campin (1375-1444) Tríptico Werl (ala izquierda). En la imagen San Juan Bautista presenta un cordero y un libro al sacerdote franciscano Enrique de Werl. Como un homenaje al espejo de Van Eyck aparece nuestro objeto en una ubicación similar al retrato del matrimonio Arnolfini (comentado dos posts atrás).
Hace 15 años, cuando estudiaba publicidad, tuve un ramo con el profesor Justo Pastor Mellado, no recuerdo el nombre del exacto ramo, pero podría perfectamente haberse llamado: “De lo que Justo quiere hablar hoy”.
En verdad, nunca comprendí cual era el objetivo general de la asignatura ya que podía ser casi cualquier cosa, se notaba la improvisación del profesor. El caso es que no puedo negar que, a pesar de todo, esperaba cada clase con ansias, era muy entretenida. Allí tuve mi primer contacto con el arte del renacimiento flamenco y estos espejos convexos.
Recuerdo una discusión en torno a este cuadro de Robert Campin, en donde Justo nos trataba de convencer de que el cordero sobre el libro en la mano de Juan Bautista era una alegoría de su propia cabeza puesta en una bandeja, anuncio de su propia decapitación. Argumentaba que el cordero era la señal del sacrificio, que el libro era tomado como una bandeja con el cordero encima, y finalmente, que el espejo muestra la realidad desde un ángulo que no siempre queremos ver, sobre todo éste que cuelga a la altura de su cabeza, cómo si fuera la misma separada del cuerpo… Yo le cuestionaba desde el desamparo de mi ignorancia: - cómo puede estar seguro de que Campin deseaba simbolizar esto? – Su respuesta fue implacable, cito con la imprecisión de la memoria: “estoy seguro porque tengo la convicción de mi interpretación y no necesito que alguien más sabio que yo lo corrobore en una enciclopedia para sentirme tranquilo por el sólo hecho de que esté escrito en un libro, me rijo por la coherencia, no por la verdad. ¿Qué es la verdad?”. No supe que responder ante eso, pero le pregunté si era válido que yo entonces inventara una teoría propia para interpretar el cuadro, siempre que fuera coherente. Por supuesto, me dijo, pero la coherencia debe someterse a prueba, haz una teoría, yo seré tu primer obstáculo.
Me fui ese día muy confundido, pensando ¡qué tipo más soberbio! ¡como tanta vanidad intelectual!. Pero por otro lado me sentí feliz al sentir que podía validar desde la razón todo lo que yo quisiera inventar. Le había creído su cuento. Luego comprendí que Justo Pastor Mellado sólo me había invitado a jugar, a construir el mundo desde el asombro.
Años más tarde viajé a Madrid y pude ver este tríptico maravilloso en persona…
Uf!... lágrimas en el Museo del Prado.
Giuseppe Tanino